domingo, 9 de diciembre de 2012

El hijo de la novia (2001), Juan José Campanella



Rafael dedica 24 horas al día a su restaurante, está divorciado, ve muy poco a su hija, no tiene amigos y elude comprometerse con su novia. Además, desde hace mucho tiempo no visita a su madre, internada en un geriátrico porque sufre el mal de Alzheimer. Una serie de acontecimientos inesperados le obligan a replantearse su vida. Entre ellos, la intención que tiene su padre de cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por la Iglesia. 

Maravilloso melodrama que cuenta una serie de problemas, de sueños y de relaciones con los que todos nos sentimos identificados. Todo el mundo habrá soñado alguna vez con hacer algo que el resto le dice que es imposible. Todo el mundo habrá tenido problemas de pareja. Todo el mundo habrá reflexionado sobre la enfermedad o sobre la vejez. Todo el mundo habrá pensado que no dedica el suficiente tiempo a los suyos.

Y es que la historia es sencilla (que no simple), pero es conmovedora como pocas. Te emociona, te divierte, te atrae, te suscita, te arranca lágrimas de unos ojos poco acostumbrados a llorar.

Básicamente los puntos fuertes de esta película son dos: el guión y las interpretaciones.

El guión es sobresaliente. Te relata una vida cotidiana con ternura y humor, con una veracidad y una inteligencia enormes. Esto ya es habitual en Campanella, incrustar humor en películas serias o dramas, como se puede ver en el segundo vídeo más abajo, pero es que el tío lo hace con una originalidad y una sutileza que solo puedes contemplar y aplaudir.

Las interpretaciones son majestuosas, dignas de ponerlas en un pedestal. De hecho, este film, sin estos actores, creo que bajaría muchísimo la calidad. Es una película de emociones, de sugestión, y eso, solo lo pueden transmitir los buenos actores.

Héctor Alterio es enorme. Un anciano con una presencia, una clase y un estilo que son para enmarcar. Un jodido genio. Norma Alejandro no se queda atrás. No sale mucho, pero interpreta a una enferma de Alzheimer con unos registros y una gracia, que emociona y te arrodillas a sus pies. Eduardo Blanco (aka el doble de Roberto Benigni) trasmite la ternura y la chispa, este tío tiene un salero increíble. Natalia Verbeke tampoco sale mucho, pero tiene una escena (los que hayan visto el film lo sabrán) que la hace genial. No es el punto débil de las interpretaciones, como a priori se puede suponer. Y por último mi debilidad, Ricardo Darín, un hombre que habla con los ojos. Capaz de cualquier registro, de cualquier papel. Si hubiera nacido en los Estados Unidos, el mundo lo consideraría un Rober De Niro o un Al Pacino. En serio, es un maestro.

Para terminar, os dejo dos escenas que me encantan.

No puedo evitar ver esta escena sin que me dé un escalofrío, sin que me emocione, es sencillamente magistral. Qué grande es Héctor Alterio. La improvisó


También se aprovecha para hacer una crítica a la Iglesia con una lucidez y una ironía increíbles. Y joder, qué grande es Ricardo Darín, adoro a este tío.


(A partir del 1:21)

Ahora resulta que para ser católico hay que razonar. Mi mamá no razonaba cuando la bautizaron, pero eso no importó, había que aumentar la clientela, ¿no?

Vos tenés que verla. Y sino, sos un pelotudo.

8,5/10


Jaime Muñoz

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